Llueve, siempre llueve

En una tarde lluviosa de Octubre, Alan esperaba en un soportal a que Elisa llegase. Ella le había llamado muy preocupada, y le dijo que necesitaba hablar con él seriamente, con un tono de voz impaciente e inseguro.

Para Alan, Elisa lo era todo, pues perdió a toda su familia hace ya dos años en un accidente de tráfico, y ella le ayudó mucho. Él solía decir que ella era su motivo para vivir, y es que si a Elisa la pasase algo, él no tendría donde apoyarse. Además pronto podrán casarse, pues ya habían ahorrado lo suficiente como para poder tener un sitio donde poder vivir.

Durante la espera se intensificó la lluvia, algo que a Alan no le pareció importar, pues por ella haría cualquier cosa.

A lo lejos apareció una figura de una chica de unos 20 años, que le saludó con la mano. Su rostro era triste, y de sus ojos salían tímidas gotas de agua. Estaba llorando. Al verlo Alan corrió para ver que la pasaba.

- ¿Qué te pasa?

De repente la chica le abrazó fuerte y en sus ojos comenzaron a brotar lágrimas más intensas.

- Alan, no se cómo decirte esto, el otro día fui al médico y me ha dicho que tengo el SIDA. Creo que lo mejor es que lo dejemos, no quiero que tengas que pasar por el momento en el que yo estoy pasando.

En ese momento el la abrazó más fuerte, y de su rostro serio surgió una amplia sonrisa blanca, y acto seguido dijo:

- Tú eres todo para mí. Mi principio y mi fin. No me queda nada en el mundo. Por favor no me abandones, si he de morir lo quiero hacer junto a ti. “You´ re my only one”

- Pero… - No pudo hablar más, Alan la beso con intensidad, y las lágrimas de sus ojos dejaron de brotar. Se entregó por completo a aquel beso, y es que el era el hombre de su vida, y quería estar con el costase lo que costase. Ahora sólo quedaba pensar en el futuro, en poder vivir de la manera más intensa.